17.3.09

CAMILLE CLAUDEL

Mi feroz amiga,
Mi pobre cabeza está muy enferma y ya no puedo levantarme por la mañana. Esta tarde he recorrido (horas) sin encontrarte.

¡Qué dulce me resultaría la muerte! Y qué larga es mi agonía. Por qué no me has esperado en el taller. ¿Dónde vas? cuánto dolor me estaba destinado.
Tengo momentos de amnesia en los que sufro menos, pero hoy el dolor permanece implacable. Camille, mi bienamada a pesar de todo, a pesar de la locura que siento acercarse y que será obra tuya, si esto continúa. ¿Por qué no me crees? Abandono mi salón, la escultura. Si pudiera irme a cualquier parte, a un país en el que olvidara, pero no existe. Hay momentos en que francamente creo que te olvidaría. Pero de repente, siento tu terrible poder.
Ten piedad malvada. Ya no puedo más, no puedo pasar otro día sin verte. De lo contrario, la locura atroz. Se acabó, ya no trabajo, divinidad maléfica, y sin embargo te quiero con furor.
Mi Camille, ten la seguridad de que no tengo ninguna amiga, y de que toda mi alma te pertenece.
No puedo convencerte y mis razones son impotentes. Mi sufrimiento no te lo crees, lloro y lo pones en duda, Ya no río desde hace tiempo, ya no canto, todo me resulta insipido e indiferente. Ya estoy muerto y no comprendo las fatigas que he pasado por unas cosas que ahora me son indiferentes.
Déjame verte todos los días, será una buena acción y quizá me venga una mejoría, porque solo tu me puedes salvar con tu generosidad.
No dejes que la horrible y lenta enfermedad se apodere de mi inteligencia, del amor ardiente y tan puro que te tengo en fin piedad querida mía, y tú misma serás recompensada.
Rodin

Te beso las manos, amiga mía, a ti que me regalas goces tan elevados, tan ardientes, junto a ti, mi alma vive llena de fuerza y, en su locura de amor, el respeto hacia ti está siempre por encima de todo. El respeto que tengo por tu carácter, por ti mi Camille, es la causa de mi violenta pasión, no me trates despiadadamente te pido tan poco.
No me amenaces y déjate ver que tu dulce mano me muestre tu bondad y me la dejes algunas veces, para que la bese en mis arrebatos.
No lamento nada. Ni el desenlace que me parece fúnebre, mi vida caerá en un abismo. Pero mi alma ha tenido su florecimiento, tardío por desgracia. Ha sido preciso que te conozca y todo ha cobrado una vida desconocida, mi desvaída existencia ha ardido en un fuego de alegría.
Gracias por que a ti debo toda la parte de cielo que he alcanzado en la vida.
Posa tus querida manos sobre mi rostro, que mi carne sea feliz que mi corazón vuelva a sentir que se derrama tu divino amor: Con qué entusiasmo vivo cuando estoy junto a ti. Junto a ti cuando pienso que todavía tengo esa felicidad, y me compadezco, y en mi cobardía creo que he terminado de ser desgraciado que estoy al final. No tanto que no haya un poco de esperanza tan poca una gota es preciso que aproveche la noche, más tarde, la noche después.
Tu mano Camille, no la que se retira, no hay felicidad al tocarla si no es prenda de un poco de ternura.
¡Ay! divina belleza, flor que habla, y que ama, flor inteligente, querida mía. Tan buena, de rodillas, ante tu bello cuerpo que abrazo.
R